Cada quien a su baldosa! Las hay de colores. Blancas, lisas, a rayas. Algunas patinan, otras están rotas, verdosas, llovidas. Cada una con su nombre, su lugar. La única forma que encontré para caminar por la vereda es mirando baldosas. A una muy especial le grabamos el nombre y la pusimos en la puerta de una casa, porque me recuerda que los que no están también estuvieron bien parados. Las raíces las levantan, sublevan el orden, exigen un trabajo. Cuando una baldosa se acomoda, la de al lado cruje, salpica, se queja y también en definitiva, encuentra un otro lugar. Pelear por el recondito espacio que nos tocó en suerte es una lucha aguerrida que no termina, una explosión de agua de lluvia y cemento con tierra. Solo con el tiempo... La mandíbula cede, todo decanta por su propio peso. Aflojo, solo en mi baldosa puedo llorar.
miércoles, 8 de junio de 2011
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